viernes, 26 de septiembre de 2008

Maestros

Me llegó hace un tiempo un correo con este texto.
Es sorprendente que a pesar de la diferencia de época y de país (de Rusia a Argentina) buena parte de lo que está en negrita sea bastante parecido actualmente.

Dice Máximo Gorki en el prólogo de Obras de Antón Chéjov.

--Una vez Chéjov me invitó al pueblo de Kuchuk-Koi, donde tenía un pequeño pedazo de tierra y una casita blanca de 2 pisos. Allí, mostrándome sus posesiones me decía:
--Si tuviera mucho dinero instalaría aquí un sanatorio para maestros rurales, ¿sabe? Construiría un edificio muy claro, con mucha luz, con ventanas grandes y techos altos. Tendría una maravillosa biblioteca, varios instrumentos musicales, colmenas, un huerto, árboles frutales, se podrían dar clases de agronomía, de meteorología, el maestro debe saberlo todo, por Dios, todo!
Si usted supiera cuánto necesita el campo ruso unos maestros buenos, inteligentes, instruidos. Aquí en Rusia se les tendría que dar unas ciertas condiciones especiales –y esto hay que hacerlo cuanto antes mejor—si es que entendemos que sin una formación amplia del pueblo el estado se desmoronará como una casa levantada con ladrillos mal cocidos. El maestro debe ser un artista, debe estar ardientemente enamorado de su labor, y en nuestro país el maestro es un paria, un hombre mal instruido que va al campo a enseñar a los niños con la misma ilusión con la que iría al destierro. Pasa hambre, se le maltrata, esta asustado ante la posibilidad de perder su trozo de pan.
En cambio haría falta que fuese el primer hombre de la aldea, que supiera responder a todas las preguntas del campesino, que los campesinos reconocieran en él una fuerza digna de atención y respeto, que nadie se atreviera a gritarle... a humillarlo, como lo hacen todos: el policía, el tendero rico, el pobre, el comisario, el director de escuela, el síndico municipal y este funcionario al que llaman inspector de escuelas, pero que solo se preocupa de si se cumplen escrupulosamente las circulares de su distrito y no de mejorar la educación.
Es absurdo pagarle una miseria a la persona que esta llamada a educar al pueblo --¿me entiende?--, ¡Educar al Pueblo! No se puede permitir que ese hombre ande en harapos, que tiemble de frío en las escuelas húmedas y desvencijadas, que se ahogue, se constipe, que a los 30 años se haya ganado una laringitis, un reumatismo, una tuberculosis... ¡Esto nos avergüenza! Nuestro maestro, ocho, nueve, diez meses al año vive como un ermitaño, no hay nadie que le diga una palabra, se embrutece en la soledad, sin libros, sin distracciones. Pero si llama a sus amigos se le considerará como un elemento sospechoso, ¡sospechoso! Estúpida palabra con la que los astutos atemorizan a los imbéciles... Es repugnante todo esto... como una humillante burla a una persona que hace un gran trabajo, terriblemente importante. ¿sabe? Cuando veo a un maestro me siento incómodo ante él y, por su timidez y porque está mal vestido, me parece que también en algo yo soy culpable por ese estado lamentable del maestro. ¿Me entiende?
Calló. Quedó pensativo y dejando caer la mano en un gesto de cansancio, dijo en voz baja:
--¡Qué absurdo y torpe país es nuestra Rusia!
La sombra de una profunda tristeza cubrió sus divinos ojos, los finos trazos de sus arrugas los rodearon hundiendo su mirada. Miró a su alrededor y riéndose de sí mismo dijo:
--¿Ve?, le he soltado todo un editorial de un periódico liberal. Vamos, le voy a dar un té por su paciencia.

Anton Chejov (Rusia, 1860-1904)

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